martes, 7 de agosto de 2012

Hacer literatura

Uno no se explica cómo un tipo así fue capaz de ser un escritor, porque escribir está ubicado en los antípodas de la buena vida. Escribir es sufrimiento, tomar el toro del trabajo por los cuernos y no soltarlo hasta haber pagado la dosis diaria de sangre. Hacer literatura siempre ha sido una labor agotadora y sucia y un tipo tan cómodo como Tolkien no parecía destinado a un camino tan áspero.
Él lo sabía. Por eso, en su adolescencia prefirió posar de poeta (los poetas pueden darse el lujo de escribir un par de estrofas al mes y ya cumplieron); y por eso en su madurez decidió dedicarse a la filología (los filólogos trabajan en tierra ajena y su compromiso es más relajado); y por eso siempre encontró excusas para no sentarse ante un papel en blanco y demoró más de cincuenta años en no terminar El Silmarillion. Como Bilbo Bolsón y como Gandalf, Tolkien fue longevo y una corta novela infantil, una historia épica de 1.400 páginas y un puñado de relatos, la mayoría inconclusos, no son la cuota que corresponde con ochenta y un años de labor de un genio que murió lúcido. Así que no demos más vueltas y admitámoslo: como buen hobbit, era un perezoso. Él mismo lo admitía.

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