miércoles, 29 de diciembre de 2010

La Séptima Sinfonía en la mayor

La Séptima Sinfonía en la mayor (Op. 92) aparece en 1813 -casi un año después de su composición-. El compositor se empecinó en dirigirla en su estreno, con tragicómicos resultados. Pero la crítica reconoció una nueva genialidad de Beethoven. Indudablemente, el maestro alemán muestra con la Séptima su más grandioso concepto de la introducción («Poco sostenuto, pide la partitura). Richard Wagner, otro ferviente beethoveniano, calificó a la Séptima como la apoteosis de la danza» por su implacable ritmo dancístico y notable lirismo, particularmente hondo en su célebre segundo movimiento, Allegretto -que tuvo que ser repetido a petición del público en su estreno-, dominado por un ostinato de seis notas. El esquema del tercer movimiento exige, hecho inédito en una sinfonía, la repetición del trío, quedando la estructura A-B-A-B-A. El cuarto movimiento constituye (al igual que en la Sinfonía Júpiter de Mozart) el verdadero centro de gravedad de la obra. En suma, toda la Séptima es una obra de gran potencia: aún hoy hay expertos que la consideran como la mejor de sus sinfonías.

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